VI. El Consejo de Hielo

Por: Alan Mac Donald
3. Nánuk. Capítulo VI.

A las puertas del glaciar Siku Kos el cortante viento frena su paso, pero su gelidez se afila más y más alrededor de las formas que se internan en su majestuosidad. El suelo asemeja un lago congelado años atrás, haciendo del templo un paisaje aún más grandioso, resaltando cada detalle dispuesto en las columnas de alrededor y la perfecta redondez de una inmensa esfera que constituye su corazón. Dicha esfera por momentos parece contener una pizca del cielo, con sus centelleantes auroras y cuya luz rebota en cada blanco espacio cubriéndolo todo de verdes tonalidades.

Uno a uno, ecos de pisadas y aleteos llenaron el salón. Cuando las criaturas que acompañaban estos sonidos se colocaron en sus sitios, el Siku Kos resplandeció en un tono rojizo que pareció detener el aire por un instante. No se oía más que el furioso pasar del viento afuera.

En total silencio las criaturas ya habían comenzado la reunión para dar inicio a la ceremonia que decidiría quién lideraría el Consejo de Hielo ahora que un nuevo viento silbaba nuevos tiempos. Una gran sombra interrumpió la poca luz que llegaba desde el inmenso hueco que constituía la entrada de este templo.

Una mirada seria y ligeramente curiosa, observó todo sin ser partícipe de aquella silenciosa habla, su enorme silueta rebasaba con creces el tamaño del resto de los Adendei y la blancura de su pelaje se interrumpía en algunas zonas para dar a notar largos mechones de pelo pardo.

Desde el borde de aquel hueco, examinó las variopintas formas, algunas con alas, otras con cuerpos más cortos y de torpes movimientos, pero sus ojos se detuvieron en un par de astas negras con detalles dorados y, aquella gran criatura sintió el eterno frío que recorría su interior interrumpirse por un calor con sabor a rencor.

Mientras su mirada continuaba recorriendo el Siku Kos intentando evadir aquel terrible calor interno, se recordó moldeando aquel esplendoroso salón con sus propias garras, pasando de un deforme monolito de hielo a la ahora majestuosa obra que se extendía frente a sus ojos. Había percibido el poder del hielo mismo pasando por sus garras mientras afinaba las figuras deseadas, un poder que jamás había podido poseer desde que existía en este mundo.

Su devoción no había cambiado en lo más mínimo desde que había comenzado a esculpir aquel lugar, pues sabía que esa estática y gigantesca pieza de hielo antes había sido de los suyos; un ser con movimiento, con sus propios fríos y calores y con una consciencia… Na’nnu’kh sentía conocer a ese fantasma cada que trabajaba en aquel hielo, casi podía percibir su silueta caminando, con sólo las montañas rivalizando en tamaño, se sentía exhalando incluso su mismo aliento en cada zarpazo y, a menudo, incluso creía conversar con él.

Una extraña vibración lo trajo al presente; el Corazón del Siku Kos ahora tomaría la decisión: elegiría a aquel que dotaría de su sabiduría y poder para presidir el legendario Consejo de Hielo. Cada corazón y voluntad de sus miembros sería tomado en cuenta.

Las criaturas encendieron las líneas y figuras dibujadas en sus cuerpos, sus luces se deslizaron de su coronilla para extenderse hasta su frente, desde dónde la hicieron emerger apuntando al Siku Kos.

Una vibración recorrió cada rincón mientras las luces multicolor de cada Adendei se reunían formando una sola y blanca luz. La Esfera parecía recibir aquellas luces y expandirlas hacia todo el glaciar, aumentando la intensidad de aquellas vibraciones que, por un momento, hicieron parecer que cada pico, muro y el mismo suelo habría de quebrarse por completo.

Na’nnu’kh tensó su mandíbula mientras miraba aquella Esfera extender la energía y hacer un circuito perfecto entre ella y sus hermanos. No sabía qué estaba haciendo en ese lugar, en ese momento y, sin embargo, ahí permanecía… esperando.

La luz cambió sus tonos a un contrastante naranja. Na’nnu’kh desvió su mirada. Un intenso azul rey pareció ensombrecer por un momento todo el escenario hasta que un azul celeste lo iluminó nuevamente. Na’nnu’kh sentía sus patas temblar y el calor llenar su cuerpo. Sabía que no tenía ningún derecho a reclamar aquel poder… Un color escarlata rebotó por cada espacio en aquel lugar. No formaba parte del Consejo, no existía ninguna posibilidad de ser elegido, lo sabía, no había nada que esperar... Como un chispazo un destello purpúreo danzó a su alrededor. Na’nnu’kh inclinó su cabeza tratando de callar su creciente ira; tal vez ese viejo amigo que había esculpido todavía lo recordara… tal vez con cariño… Un color amarillo resplandeció casi cegando por un instante a Na’nnu’kh y luego de una luz plateada, la luz blanca llenó todo el lugar.

Aquella luz salió de cada helada superficie y sus rayos brincaron de un lado a otro hasta envolverse en esas astas negras y todo el cuerpo que las acompañaba hasta que poco a poco se disolvieron como absorbidas por las grecas de aquel Adendei.

Na’nnu’kh sintió como si el peso de todo ese espacio se acumulara en su garganta y dio media vuelta, saliendo del lugar que había moldeado con sus propias garras pero que jamás podría poseer.

Elige, protege y vence.