VII. Reclutamiento

Por: Alan Mac Donald
3. Nánuk. Capítulo VII.

Un forastero había llegado a ese Bio, las noticias se habían extendido con el paso de la nieve y habían llegado hasta Na’nnu’kh, lo curioso es que no era cualquier forastero si no el Ermitaño en persona. Algunos decían que viajaba de Bío en Bío, tratando de convencer a cada Adendei de unirse a guiar al “pueblo ciego” (como él los llamaba). Por supuesto que la mayor parte de Adendei habían considerado esto un sacrilegio a la libertad de aquella raza y habían declinado definitivamente, otros más habían demostrado un total desinterés al respecto, algunos pocos demostraron estar de acuerdo con él e incluso algunos de ellos marchaban a su lado esparciendo su palabra como el fuego.

Na’nnu’kh había conocido alguna vez a aquel Ermitaño cuando había llegado a su tierra para estudiarla hacía décadas… ¿Qué tanto podría haber cambiado?

Para el momento en el que Na’nnu’kh había llegado, el Ermitaño caminaba lentamente fuera del Siku Kos, tras él, algunos Adendei partían filas y se elevaban al cielo, otros ingresaban a las frías aguas y algunos otros se dirigían a los bosques aledaños. El Ermitaño le dirigió una fría mirada que, por primera vez en su vida; hizo a Na’nnu’kh sentirse vulnerable.

“Mi corazón te saluda, Escultor.” Su afilada voz retumbó con un tono siniestro en la mente de Na’nnu’kh. Detuvo su paso.

“Mi corazón te saluda, Ermitaño. Estás lejano a tu tierra, ¿Cómo es que el poderoso frío del Siku Kos no aturde tu cuerpo?”. El Ermitaño dio un par de pasos hacia Na’nnu’kh.

“Ya que ni el frío, la lluvia ni el fuego pueden aturdir a la mente que lo controla, el cuerpo sigue avanzando, Escultor… Tus hermanos me sorprenden en ese respecto, pues me parece increíble que sus cuerpos avancen a pesar de que su mente se halle aturdida”. Sus pasos se detuvieron.

Na’nnu’kh giró la cabeza hacia el Siku Kos; “Estas tierras no son las mías y a esos ‘hermanos’ hace mucho no los considero nada mío, pero tampoco es tu tierra, Ermitaño…” Volteó hacia abajo y dirigió una severa mirada a su interlocutor ”…y deberás dirigirte a sus guardianes con respeto”.

El Ermitaño no movió un sólo músculo ante el intimidante coloso que estaba frente a él “Mmm… El respeto es un reconocimiento, un acto de reciprocidad, Escultor, no ejerzo mi habla con el fuego del resentimiento, sino con la húmeda tristeza.” dijo el Ermitaño como casi susurrando en la mente del coloso mientras avanzaba hasta quedar a escasos pasos de Na’nnu’kh “Por otro lado… Encuentro en tus ojos ese fuego en medio de una gélida ventisca. Sorprendente que esa llama se avive y no se extinga en medio de tanto frío.”

Na’nnu’kh se encorvó hasta que hubo de llegar a la altura de los ojos del Ermitaño “Ten mucho cuidado con las palabras que escupes, Zayh’ka’an”.

“Mmm veo que mi nombre es conocido en estos rincones también… sí. El viento esparce en instantes aquello que pesa de importancia”. A los ojos de Zayh’ka’an parecían importarles poco los intimidantes gestos de Na’nnu’kh.

“El viento esparce basura en ocasiones también”. El gigante gruñó.

“En estas tierras el viento esparce lo que aquellos guardianes del Siku Kos le susurran, no tiene sentido permanecer hostil hacia quien te trata como igual, hermano”. Zayh’ka’an había comenzado a rodear a Na’nnu’kh de aquella peculiar forma, a dos patas y apoyando su báculo de vez en cuando, de una forma tan parecida al andar de los Eleid.

“Ellos guardan este lugar con el honor que merece” dijo perdiendo la fuerza de sus últimas palabras.

“Claro…” Na’nnu’kh más que sentirse observado se sintió extrañamente vulnerable de nuevo “...sólo que no es del todo cierto, hermano.” Lo seguía con la mirada, había algo con su presencia que lo hacía sentir tranquilo a pesar de que todos decían que no se podía confiar en él.

“El hielo muere cada instante y las lágrimas de sus hijos recorren enteramente la copa de la vida, sus criaturas cada vez son menos… Con el venir de la próxima era, ¿Qué puedes augurar a tu lugar?”

La fría ventisca arrastró su exhalación con fuerza mientras la morada capucha y capa del Ermitaño ondeaba. El silencio pareció durar demasiado. “Sucederá lo que ha de suceder”. Parecía que cada nueva oración era más tenue que la pasada.

El Ermitaño mostró sus dientes y desvió su mirada que hasta ese momento había permanecido en los ojos de Na’nnu’kh “No repitas las palabras de los ‘sabios’ de estas tierras, Escultor. Sucederá lo que nuestras voluntades conjuntas provoquen. Esto no es obra de los ciclos de creación y destrucción… Lo sé.”

Se aproximó aún más a Na’nnu’kh, ahora estaban a un paso de distancia “Sólo juntos podemos hacer que esto se detenga. Tú sabes lo que está por derribar a estas tierras”. El gigante blanco comenzaba a interesarse en las palabras del Ermitaño “Tal parece que sabes más que yo, Ermitaño, hazme entender”.

“Toda tierra habla de las increíbles hazañas del Escultor que hizo el legendario Siku Kos a partir del gran monolito kósmico. Tú experimentaste el poder puro de aquel que se sacrificó para dar lugar a una nueva era… ¿Acaso él esperó a que ‘sucediera lo que debía suceder’? Escultor… Tú más que ellos sabes lo que ha de ocurrir…”

Na’nnu’kh pareció encoger su gigantesca figura “No está en mí voluntad”.

“Ah, pero podría… Esto… Todo lo que estoy haciendo. Nosotros seremos el sacrificio que creará una nueva era”. El Ermitaño hablaba con una convicción y una fuerza que cada vez despejaba más las dudas del Adendei oso. “Todas estas tierras podrían estar a cargo de tu única voluntad. No eres un ‘Escultor’ que anhela ser un ‘Guía’, eres un ‘Guía’ que se conforma con esculpir. Y todo lo que debes hacer es confiar en mí, hermano; con la misma fuerza que posee tu cuerpo”.

Un silencio llenó aquel espacio, Zayh’ka’an miró a Na’nnu’kh con un aire de satisfacción. El coloso después de mirar un rato el Siku Kos que descansaba a la lejanía con sus luces parpadeando en un rojizo tono alrededor de todo el iceberg, dijo “No puedo dejar mis tierras”.

“Y no tendrás que hacerlo… Aún… El cambio siempre arrastra consigo oposición y algún día he de necesitarte”.

“Cómo puedes asegurarme que… volveré a estar ahí… dentro…”.

“Oh, querido… Créeme que eso ocurrirá. El Guía del nuevo Consejo desistirá tan pronto esto comience y, de ahí, todo se desmoronará… Avancemos juntos, hermano, hacia adelante… Siempre hacia adelante”. Las huellas de sus pasos fueron cubriéndose por el gélido paso de la nieve, fuera de aquel Siku Kos que parecía mirar con tristeza aquel escenario.

Elige, protege y vence.