Zayh’ ka’ an regresó con el portal cerrándose tras de sí, percibió aquel sólido Rot que, con algunos
ingredientes más, había utilizado para su ritual y ahora flotaba como un humo violeta. El ritual
había servido de puerta a aquella innombrable región de la que regresaba, puerta de la que su
voluntad había sido la llave. Aquel humo ahora residía como un remanente de la fusión de dos planos,
una sustancia plástica que podía ser moldeada por la imaginación de aquellas razas capaces de
ejercerla.
En un instante de observar aquel humo tomó la vara con la que había trazado el portal; cerró
brevemente sus ojos y se abstrajo de sus sentidos para enfocar su imaginación en elongar más y más
aquella vara hasta que alcanzó casi un metro y medio. El humo que volaba alrededor se acumuló en su
punta hasta condensarse en un ópalo violeta. Después de ver el fruto de su primer ejercicio de
transmutación, Zayh’ ka’ an sujetó su nuevo báculo con firmeza.
Tras él, los últimos remanentes de aquel humo violeta se fundían con el aire; y frente a él, un mundo
que ahora se asemejaba extraño y cuya frescura parecía ya antigua.
La fragancia del aire parecía cargar con ciertas notas cenicientas que le recordaron su propósito y
provocaron que el éxtasis de su revelación se esfumara.
Hace décadas, Zayh’ ka’ an había partido como ermitaño y ahora, regresaría como guía.