El rey de Creta descendió de su barca acompañado de algunos guardias y, por unos minutos, contemplaron el paisaje que se extendía al frente. Incómodos, observaban de reojo las tiendas con sus comerciantes extrañados de su figura y, pronto, el bullicio habitual de aquel mercado se había ido aquietando hasta quedar en un absoluto silencio. Casi inmediatamente, un vocero del faraón los recibió con una ligera reverencia y, después de una seña que hizo el rey a sus sirvientes en la embarcación; caminaron hacia la ruta que aquel vocero iba trazando con sus pasos.
El rey sentía sus manos sudar y en su pecho algo no lo dejaba tranquilo, poco a poco estaba acostumbrándose a trazar estas relaciones con otros pueblos, pero esta vez sentía que había algo más detrás de esos crecientes nervios que lo acompañaban. Todo esto mientras se llenaba de asombro por la majestuosa precisión de la escultura y arquitectura de este poderoso imperio.
El viaje fue largo para arribar al centro de esas tierras, por momentos el rey olvidaba aquella sensación que pulsaba en su pecho, pero era retomada nuevamente cada que veía a la lejanía aquellas colosales construcciones. Sus ojos recorrían asombrados cada detalle de oro que cargaban algunas mujeres y hombres de esas tierras; no había mucho oro en la recóndita isla de Creta.
Después de varias noches, el rey y su gente arribaron a los aposentos del faraón. El salón donde los recibió rebosaba de inmensidad y los muros de color. Sus manos continuaban sudando, las secó ansiosamente. Al ser anunciado, dirigió su mano a su pecho haciendo al mismo tiempo una sincera reverencia. Sintió la mirada del faraón en su esplendoroso trono siguiendo su figura al alzar su cabeza.
Al mirar el rostro de aquel rey, el faraón abrió los ojos extendiéndolos en su totalidad y dirigió un par de palabras a su hierofante. Aquel detalle hizo que las manos del rey de Creta sudaran aún más y su cien palpitara al ritmo de su corazón. Todo rey del Egeo venía a ofrendar un tributo y establecer relaciones con el creciente imperio áureo, el rey no podía fallar. Miles de pensamientos transcurrieron en un breve silencio y se interrumpieron para dar paso al protocolo usual; el rey rindió tributo al faraón y ganó su favor, alivianando sus nervios. A un costado del fulgurante faraón, su hierofante miraba con un aire de indecisión al rey de Creta, saltando en su corazón una sensación que lo pinchaba ligeramente desde dentro.
La noche cayó y, después de un festín, el rey acudió a sus aposentos temporales por cortesía de su huésped, pero uno de sus guardias lo alarmó. Desde las sombras de una columna en aquel corredor bañado de un azul nocturno, el hierofante del faraón surgió mostrando las palmas. Tenía una profecía que anunciar.
El rey le indicó que se acercara con cautela. - Lamento el misterio, poderoso señor, soy sólo un lector del faraón… No sabía si sería prudente advertirle y he venido puesto que él me lo ha permitido. El faraón tuvo un sueño, su rostro estaba impreso en él. Si me permite… - Los guardias miraron al rey como preguntándole, él hizo un ademán con la mano temblorosa y le permitieron avanzar hacia él.
El hierofante lector se aproximó al oído del rey - Bes reveló en el sueño del faraón que su palacio rojo era hecho fuego por un toro de estrellas, señor mío. La ira del toro sólo puede ser apaciguada con ofrenda, por lo que deberá sacrificar una vez cada festival del sol, señor mío, al más bello de sus toros, a la más bella de sus vacas y hacer todo lo posible por no ofender a los dioses. Así habla Ra a través de Bes y Bes mediante mi faraón, y así entrego yo este mensaje -.
Al día siguiente aquel muelle se llenó de algunos cargadores del rey cretense y el faraón que se disponían a subir a sus embarcaciones algunas cajas con oro de diferentes materiales y desembarcar algunas cajas con aceites, trigo y algunos barriles con vino. Ahora el rey no podía dejar de temblar, había llegado con intenciones de establecer relaciones con un gran imperio y ahora parecía que su propio reino peligraba…
Y así, una tradición centenaria nació en la isla de Creta; cada noche el rey bailaba a la luz de la luna con una máscara de toro, su reina con una de vaca y el sacrificio se ofrendaba.
Toda la vida en el palacio de Cnosos, que crecía cada generación un poco más, florecía en torno a aquel poderoso animal. Una tradición que inició con aquel tembloroso rey y terminaría con uno de sus sucesores…