Comenzó con una estrella caída. La gente de la ciudad de Cnosos salía de sus laberínticos pasillos y calles para mirar aquel extraño suceso, la noticia pronto llegó al palacio del rey. Aquel hombre ojeroso que parecía cargar con el peso de años de locura, dejó al horror asomarse a través de sus ojos mientras observaba desde su palco palacial y, después de un silencio como un grito ahogado, el caos comenzó.
Los estallidos no daban tregua, un silbido anunciaba su llegada antes de impactar con la roca, el agua o el mármol. El suelo no dejaba de temblar y el cielo se asemejaba oscuro, ceniciento… Sólo algunos rojizos destellos iluminaban por momentos aquel terrible escenario. El agua se mecía con violencia por todas partes y, a veces, le daba hogar a las hirvientes rocas que volaban por el cielo.
Incluso el mar bullía en tonos rojizos y arrojaba nuevas rocas de vez en cuando. Parecía que jamás terminaría aquella pesadilla. Los gritos se hubieran hecho presentes, pero pesaba más la voz del inmenso volcán, aquella fuente de destrucción imparable, aquella cuna que había traído consigo a una criatura que parecería extraña para cualquier humano…
Mientras tanto, los ojos de un angustiado rey miraban con una sonrisa llena de locura una inmensa ola dirigiéndose hacia la costa de su reino. Ya no cabía ninguna emoción más en él y sus risas recorrieron el amplio salón, retumbando en sus muros y ahogándose en aquella oscuridad que cada vez comía más espacio…
Días después, todo lo que quedaba de la isla de Creta eran esculturas de ceniza, una tierra repleta de los ecos de desesperación. Los días pasaron y la tierra no dio fruto, sus cielos seguían sumidos en una oscuridad que parecía no terminar…