Los pasos del toro de fuego lo llevaron a andar décadas por diferentes lugares de todo el mundo. Conoció paisajes hermosos e incluso Adendei tan amables como fieros. Pero en general, Cretus seguía sintiendo el sofocante aire asfixiándolo, casi tanto como de aquellas negras aguas que trataron de tragárselo. Trataba de huir del fuego, pero lo encontraba en cada rayo del sol; huía de la muerte, pero la encontraba cada que una fiera cazaba a su presa o dirigía sus dientes a la verde hierba.
Cuando, después de décadas de vagar sin rumbo llegaron a él los rumores del Ermitaño y su creciente ejército, apenas y les prestó atención. A su parecer siempre había algo; una nube de toxicidad, una nueva especie moribunda, una estrella parecía caer o la luna amenazaba con su luz sangrante… Cretus reflexionaba a menudo sobre aquella odiosa dualidad de este lugar que parecía tan pacífico por momentos y, sin embargo, siempre parecía amenazado, este sitio que parecía comerse a sí mismo todo el tiempo de una forma que le resultaba horrorosa…
A mitad de una de sus meditaciones matutinas, percibió una sombra amenazante vigilarlo y giró hacia ella.
Apenas se distinguía aquella silueta en la densa selva cuyas plantas parecían acaparar todo el sol arriba suyo y dejar todo sumido en densas sombras debajo. A su parecer, vibraba como un Adendei.
El dibujo de la silueta y una escamosa garra a su lado derecho se alcanzaban a distinguir por un leve resplandor violeta de un báculo amaderado en cuya punta descansaba un ópalo, fuente de aquella tenue iluminación. Aquel Adendei, extrañamente, caminaba a dos patas y una enorme ave blanca se posaba en su hombro izquierdo. Si no hubiera sido por un breve aleteo del ave, Cretus habría pensado que se encontraba frente a un extraño monolito de roca.
La criatura avanzó, iluminándose por un momento por los rebotes de la luz del sol “Mi corazón te saluda, extraño.” por un momento vio sus ojos centellear del color del ámbar.
Sus pasos avanzaron y los de aquella figura como un espejo “Mi corazón te saluda… Aunque mis ojos no te reconocen”.
“Ni los míos… Y eso es extraño, porque mis ojos reconocen a todo Adendei que camina sobre estas tierras”. Escuchó vibrar dentro de su mente mientras aquel extraño Adendei agudizaba sus ojos y los dirigía hacia él.
El ave se había alejado de su hombro y ahora se posaba sobre una roca detrás suyo. “Es extraño” <¿Aaah?>. Cretus se sintió amenazado por un momento.
El báculo de aquella criatura fue dirigido hacia el ave en tono amenazante “Silencio, Ni’nuh… Deja de incomodar a nuestro hermano y lleva tus alas a otros vientos; tienes trabajo que hacer”.
Aquella blanca ave abrió su pico y emitió un graznido <¿Aaaah?> “¿Zayh’ka’an no me quiere a su lado? ¡Qué sorpresa! ” <¿Aaaaah?>.
“Ni’nuh…” el Ermitaño giró su cabeza por encima de su hombro y dirigió al ave una siniestra mirada “Parte ya” <¿Aaaahhh?>. El ave se sacudió, estiró sus alas y saltó para comenzar su vuelo “Frío y calor… En sus ojos hay ambos” <¿Aaah?> “Escalofriante, sí...” Tal vez siguió compartiendo sus palabras mentales mientras se alejaba más allá de las copas de la selva hacia el azul del cielo, pero aquellos dos Adendei no lo supieron.
El Ermitaño no alejó sus ojos del cielo hasta que el sonido se hubo silenciado por completo, después giró lentamente su cabeza hacia Cretus: “Siento que el cerebro de Ni’nuh sea más chico que su pico. Hermano…”. el toro percibió su mirada escaneando nuevamente las rojas marcas de su cuerpo “¿Cuál es tu nombre?”.
Sentía sus nervios temblar y eso provocó que sus marcas comenzaran a encenderse levemente “Cretus…” El Ermitaño desvió su mirada por un momento al recibir aquella respuesta, como fabricando un pensamiento “Preguntaría lo mismo, pero… Tu nombre parece tan liviano que el viento lo lleva a todas partes, Zayh’ka’an” Sus ojos regresaron a Cretus nuevamente.
“Eso lo dicen mucho últimamente…” Por un momento pareció que sus palabras cargaban cierto aire de pesadez “Cretus…” Tomó su báculo y se apoyó en él para dar un paso más hacia adelante “Mmm ese es un sonido que asemeja a algo pronunciado por la garganta de los Eleid…”
No había esperado esa respuesta, Cretus se sobresaltó. Algunos Adendei parecían disgustarse de su nombre cuando lo mencionaba, pero nadie había sido tan directo como este imponente ser que tenía frente suyo “Los Eleid… Sí… Lo tomé de uno de ellos”.
“Entonces ese no es tu verdadero nombre… Ya veo…” Dirigió el báculo hacia él, las grecas de Cretus redujeron su luz y la calma lo inundó.
Un destello violeta surgió de aquel báculo y comenzó a resplandecer mientras lo observaba. Cretus estaba acostumbrado a esas miradas de inspección, pero a diferencia de las otras; los ojos del Ermitaño no cargaban con la extrañeza usual “Tu cuerpo… Tu aura…”.
Sus ojos se dirigieron directamente a los de Cretus ‘Frío y calor’ recordó Cretus y comprendió precisamente a lo que se refería aquella ave. “Incluso tu sonido me es extraño, ‘Cretus’, eres algo tan fascinante…”.
“‘Fascinante’ no es para mí lo mismo que ‘extraño’, Ermitaño” Las centellas se detuvieron y una luz púrpura constante alumbró el rostro de Zayh’ka’an que ahora estaba tan cercano como para que Cretus pudiera ver aquellos profundos ojos ámbar.
“Las regularidades no encantan a nadie, son las excentricidades las que amamos”. Cretus deseaba haber prestado más atención respecto a lo que se decía de este peculiar Adendei. “Te creía más astuto, Ermitaño, no hay nada de fascinante ni nada que amar en ser un extraño en cada tierra que visita”.
“Ser un extraño es mejor a ser igual a todo lo que existe ¿No lo crees?” Bajó un poco más su cabeza y cerró sus ojos por un momento. La luz del báculo volvió a fluir a un ritmo constante y espaciado. “Mmmm, sí… Puedo ver que esa es una de tus aflicciones, pero tu principal dolor se esconde más allá…”
El Ermitaño notó el desconcierto y prefirió alejar su mirada de Cretus, hacia un pequeño hueco entre helechos, en la oscuridad “Algunos dirían que tengo un profundo sentido de percepción para ver detrás de las formas… La tuya, sin embargo, me parece un misterio aún, pero aún así percibo que cargas un gran peso ¿Qué arrastras contigo?”
Cretus aprovechó ese instante para dar vuelta y huir de aquellos ojos acechantes “... Trás aquel misterio no se esconde más que decepción, Ermitaño, es mejor que sigas tu camino y yo el mío”.
“Comprendo, hermano… Te comprendo bien… El camino que he elegido ha sido difícil, ¿Sabes?” Las pezuñas de Cretus detuvieron su andar “Desde el inicio sabía que todo lo que conocía se iría sin más; mis propios hermanos me dieron la espalda, abandoné mi hogar… lo abandoné todo; pero siguiendo este camino he encontrado algo más: Un propósito.”
Cretus giró su cabeza intrigado “¿Propósito?”
“La razón de mi respirar, Cretus… ”. Zayh’ka’an sintió nuevamente la mirada de Cretus dirigirse hacia él y sonrió para sus adentros “¿Tú tienes una?” sus ojos no tuvieron que buscar los de Cretus y se clavaron con precisión ahí en unos minutos de silencio absoluto…
Hallando en el silencio la respuesta, Zayh’ka’an siguió “Todo tiene una razón y un nombre. Que tus piernas puedan moverse en la brisa es un indicador de que tras de tu existencia hay una razón, hermano, aunque todavía no la hayas encontrado”.
A Cretus le molestaba esa condescendencia, esa arrogancia que parecía no estar ahí pero que percibía aún a la lejanía “Bueno, Ermitaño, dime cuál es tu razón entonces”.
“Mi razón…” Zayh’ka’an pareció irse por un instante. Dio la vuelta y miró hacia arriba. Las copas de estos frondosos árboles se fundían con los grandes helechos cuyas filosas hojas parecían amenazantes por todas partes. “En mis años tempranos, ya me intrigaba todo lo que crecía y yacía detrás de la vida… pero cuando los Eleid llegaron…” Lejos de todo ese cúmulo arbóreo, buscó entre las hojas de los árboles un espacio en el que se divisara el cielo azul. “Ese fue un misterio que me intrigó más allá de cualquier otra cosa que existiera.”
Un escalofrío recorrió cada greca en el cuerpo de Cretus mientras escuchaba a aquel extraño Adendei en su mente “Una especie llena de una destrucción fuera de lo natural.” Recordó aquel antiguo campo de batalla, aquellos cuerpos, la voz ahogada de aquel rey “Hace incontables ciclos solares, nuestros hermanos determinaron una ley sagrada sobre los nuestros: Nos esconderíamos de las razas conscientes y no tomaríamos parte en sus designios”.
Cretus conocía aquella ley, era gracias a ella que jamás tendría oportunidad de redimirse a sus errores hacia esta especie. Recordó el fuego, el humo y la ceniza mientras el Ermitaño no detenía su discurso “Pero los Eleid son un riesgo potencial para la vida y su balance…”
“¿Destrucción?” Fue la única palabra que expulsó de su ser sin haber digerido todo lo que el Ermitaño había dicho. Zayh’ka’an abrió un poco más los ojos y miró a Cretus de nuevo.
“Verás, hermano…” Zayh’ka’an se inclinó hacia el suelo y tomó un puño de tierra “existe un caos natural, un ciclo de destrucción. Esto sólo te revela una verdad:” abrió su mano y dejó ver el cadáver de una araña repleta de hormigas “antes de que haya vida, debe haber muerte”
“Ello es.” El Ermitaño sintió una ráfaga de aire y la permitió llevarse consigo a la difunta araña y algunas de las diminutas hormigas que volaron en el aire hacia otra espesa región de la selva. Los ojos de ambos siguieron aquel espectáculo.
El Ermitaño se inclinó hacia abajo, bajó su mano y con su mente dirigió a las hormigas restantes a descender de su mano y regresar al suelo, una por una. “Pero… lo que ellos hacen.” Su rostro permaneció en el suelo, mirando a las hormigas descender y continuar caminando “Desde que llegaron, alteran todo lo que tocan, son una especie con un poder mayor que el resto… pero absolutamente ciegos”
Zayh’ka’an se comenzó a incorporar lentamente mientras Cretus, horrorizado con una idea preguntó “¿Estás hablando de… Exterminio?”.
Con un sutil sobresalto, Zayh’ka’an terminó de incorporarse nuevamente “Que terrible palabra… No…”
“El deber de un Adendei es guiar, no erradicar. Si esta raza pudiera alcanzar su esplendor… Todo cambiaría.” Cretus vió nuevamente a las hormigas caminando en hilera hacia el lugar opuesto a dónde el aire había llevado a sus hermanas. “Creo firmemente en eso.”
Los sonidos de alaridos, fuego, el viento herido y metal chocando dentro de su mente hicieron que Cretus se estremeciera “Pero… Después de toda esa destrucción… ¿Aún crees en los Eleid?”.
Zayh’ka’an notaba la revoltura en su mente, notaba sus estremecimientos y lo leía cada vez mejor, dirigió a él una mirada compasiva “Así lo hago”.
Más interesado que nunca, Cretus continuó con sus preguntas “No lo entiendo… ¿Cómo podrían?”
Con el mismo tono compasivo, Zayh’ka’an continuó con sus respuestas “La afinidad que tienen las especies conscientes puede trabajarse al grado de generar un vínculo que hace que dos sean uno.”
Tomó con firmeza su báculo y lo apoyó para dar un paso más cerca de Cretus “Para serte sincero, aún estoy descubriendo cómo habré de hacerlo, pero estoy seguro de que un sólo Adendei podría llevar aquel vínculo más allá de todo nivel y replicarlo hacia toda una especie.”
Sus palabras parecían firmes, pero amables; “Y esto… ¿Lo cambiaría todo?” preguntó de nuevo Cretus, atónito.
Zayh’ka’an se aventuró a tomar su hombro en la proximidad “Esto lo cambiará todo, Cretus”.
Cretus había notado que cada que Zayh’ka’an decía su nombre parecía saborearlo y, de pronto, justo como si hubiese leído sus profundos pensamientos, el Ermitaño habló de nuevo; “Por cierto, aquel nombre que tenemos todos… es algo que va más allá de nosotros. ‘Cretus’ no es tu verdadero nombre, juntos podríamos encontrarlo, hermano mío.”
Sintió su ser vibrar de nuevo y sus grecas casi comenzaron a encenderse, “¿Lo crees?”
“No…” dijo el Ermitaño mientras se colocaba su capucha y con su báculo le indicaba el nuevo camino a seguir “Lo sé”.