XI. La Otra Vía

Por: Alan Mac Donald
4. Ejército. XI. La Otra Vía.

Na’nnu’kh jamás había observado a Zayh’ka’an tan irritable, llevaba demasiado tiempo tratando de influir en los centros de guía de los Eleid. Después de haber intentado noche tras noche influir en la Esfera Morféica de estas criaturas, El Ermitaño había decidido que eran más ciegos de lo que pensaba y ahora tenía que tomar una decisión y tenía que ser más drástica. Después de todo, el tiempo continuaba pasando. Zayh’ka’an no sabía en qué momento la humanidad terminaría con su propia existencia, pero el nivel de dominio que poseían sobre armas tan destructivas y su mirada enfocada hacia ilusiones por ellos mismos forjadas le tenían completamente tenso, aguardando por un “BOOM” que terminaría con todos ellos y, de paso, una gran parte de la vida.

Cretus a menudo le recordaba a Zayh’ka’an que no todo estaba perdido, que el viento continuaba arrastrando noticias sobre aquel Ermitaño y sus maravillosas proezas al guiar a los Eleid, pero a Na’nnu’kh le irritaba intensamente todo lo que ‘la nueva mano derecha’ de Zayh’ka’an dijera o sugiriera; aún así, sabía que esto era cierto, conforme el tiempo avanzaba, era evidente para algunos Adendei que era necesario frenar el irrespetuoso y descontrolado crecimiento de aquella raza y, así, poco a poco se iban incorporando más a las (ya entonces) largas filas del Ermitaño. Esto, lejos de reconfortar a Zayh’ka’an, le añadía un nuevo peso a sus hombros. Finalmente llegó el día en el que llegó a una resolución y, en el suelo esparció su palabra que hubo llegado a cada uno de los suyos, convocados a reunirse aquella misma noche en un extraño rincón de la Esfera Morféica.

Na’nnu’kh odiaba la sensación de ser transportado a sitios etéreos, sentía su cuerpo más lento y pesado, todo a su alrededor le daba una sensación de mareo, pues no existía una sola cosa que permaneciera quieta; el suelo a menudo se abría, se cerraba, se hundía, crecía o se terminaba. El cielo mismo parecía componerse de estrellas que caminaban constantemente y, a veces, bajaban a las montañas que parecían distantes para llevárselas como pájaros se llevan a sus insectos al comer.

Incluso los colores parecían bailar cada uno a su propio ritmo, ahí los tonos violeta, azulados, dorados y rojos pintaban todo alrededor. El aura violeta de Zayh’ka’an y su figura llena de estrellas parecía lo único quieto en aquel cambiante sitio. Y después de crear algunas luces con formas distintas alrededor, uno a uno, comenzaron a llegar los Adendei.

Algunas siluetas parecían más ligeras que el mismo Zayh’ka’an y otras más pesadas que Na’nnu’kh, al grado que las cosas parecían doblarse a su alrededor. Aún así, todas flotaban levemente por momentos y, a veces, su forma cambiaba ligeramente haciendo que una nueva cola, un cuerno u otro hocico les creciese espontáneamente. Pocos parecían inquietos, moviéndose de un lugar a otro y distrayéndose con las luces y las formas tan variadas.

Un vibrante sonido, emitido por las luces que Zayh’ka’an había encendido, envolvía a todos y cada uno de los Adendei y, poco a poco, todos quedaron en una quietud absoluta. Na’nnu’kh se sentía relajado ahora, la sensación le incomodaba aún más, se sentía vulnerable, pero no había forma de tensar su cuerpo dentro de aquel lugar. El escenario se absorbió poco a poco por aquel sonido hasta que aquellas luces, una absoluta negrura y los Adendei fueron lo único que quedó de aquel escenario tan colorido y cambiante.

Zayh’ka’an había mantenido su atención en las luces que habían parecido ser una extensión suya durante todo ese tiempo hasta que elevó su figura hasta estar por encima de todos, quienes se congregaron haciendo un círculo perfecto alrededor. Na’nnu’kh estaba en un costado izquierdo y observaba la forma del extraño toro frente a Zayh’ka’an.

No hay forma de transcribir el medio por el cual habló Zayh’ka’an, ni la forma en la que sus hermanos le contestaron, pero lo que sigue es por lo menos un débil intento:

“Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos reunimos en esta tierra cambiante, hermanos. He de decir que mi cuerpo resuena de satisfacción con todo aquello que hemos logrado en conjunto. Algunas tierras de los Eleid han crecido, fructificado y nuestra guía los ha aplacado para ser aquello que deben ser…” La mayoría de los Adendei refulgaron en tonos diversos y parpadearon el brillo de sus grecas.

“ ... Desafortunadamente” continuó Zayh’ka’an “Hay tierras en las que la oscuridad predomina más intensa de lo que pudiéramos imaginar. Aquellos Eleid que están a cargo parecen haberse fundido con estas tinieblas y, por lo tanto, ignoran…”

“Nuestros esfuerzos erran, Zayh’ka’an…” Na’nnu’kh reconoció al instante esa presencia. Hacía meses que Nin’nuh había partido para vigilar el extremo occidental de las tierras de los Eleid, obtener información era su principal tarea. Debía infiltrarse y conocerlos mejor que nadie. A Na’nnu’kh le había parecido que Zayh’ka’an sólo había encomendado a Nin’nuh aquella misión para alejarlo por un tiempo. No había discutido lo más mínimo por ello, después de todo, esa ave le causaba un intenso dolor de cabeza. “De nuevo tú, Nin’nuh… Esta es una reunión sagrada, te advierto…” Na’nnu’kh se transportó instantáneamente a Nin’nuh, aunque su graznido no encontraba eco en aquel espacio seguía siendo igual de molesto para él.

“Déjalo vibrar, hermano Na’nnu’kh… ¿Nin’nuh? Te esperaba hace largo tiempo, tenías una tarea primordial, te creía un desertor.”

“¿Desertor? ¿Cómo podría desertar aquel más comprometido con esta causa? Esto que voy a cantar es un hilo que se une con todo lo que vibran aquí”. Zayh’ka’an le permitió continuar “Más vale que tu canción sea nueva para mí, Nin’nuh…”

Todos percibieron una sensación que un hombre traduciría como ‘tragar saliva’ en el ave y agudizaron su atención. El ave se posicionó a un costado de Zayh’ka’an al centro del círculo “Creíamos que la estructura de los Bardos se había guardado durante estos años para los Eleid… Creímos que seguían guiados por ellos como se había hecho por millares de ciclos atrás… Nos equivocamos, hermanos.”

Zayh’ka’an intensificó la vibración de las luces para acallar los ánimos de todos los presentes.

“El legado de los Bardos está muerto. Los mismos Bardos están muertos, dispersos, débiles… Sus enseñanzas murieron hace siglos, su eco ya sólo es un tenue reflejo de lo que fue alguna vez. Aquellos que creíamos ‘Bardos’ de los Eleid ya no reinan entre ellos. Ya no hay reyes, ni príncipes, ni maestros, ni guías, ahora reinan mercaderes y comerciantes y, como a mí en mis primeros andares, los dirige sólo aquello que brilla… ¿Quién puede culparlos?”.

“Decepcionante…” Zayh’ka’an le dirigió una severa mirada y Nin’nuh hizo descender su figura hasta quedar entre sus alas y sus variados brillos en su forma morféica se opacaron hasta casi hacerse invisible. “Ahora toma tu lugar y mantén tu pico cerrado de ahora en adelante. ” Una vez Nin’nuh se hubo incorporado nuevamente a las filas circulares, Zayh’ka’an siguió con serenidad “Todos tienen una voz que vibrar aquí… Pero no permitiré que se me vuelva a interrumpir...” Las tinieblas parecían hacerse más densas y el sonido más grave.

“Hay algo que se esconde más allá de las ambiciones de los Eleid. Es hora de dar un paso con mayor fuerza. A diferencia nuestra, los Eleid tienen otro centro de poder, cada lugar que existe en las ciudades humanas tiene nombres y dueños intermitentes. Cosas tan abstractas como el poder y el oro… Lo han creado de electricidad y de papel; es eso lo que los Eleid anhelan más. ” Se sentía su figura crecer con coraje mientras sus grecas resplandecían “Es por lo tanto, que aquellos Eleid que proveen de placeres embrutecidos son quienes ostentan el mayor poder y también aquel oro…”

“Estos Eleid no son diferentes al resto….” Las grecas del Ermitaño se tornaron color rojo y le recubrieron como una línea de su hombro izquierdo hacia su muslo derecho. “Pero son más tercos, son más ciegos. Sus riquezas les han hecho olvidar cómo era temer… Es hora de enseñarles de nuevo, es hora de romper el velo y dejar que los Eleid puedan ver qué hay frente sus narices… Es hora de que recuerden qué es el miedo”. Aquellas apacibles luces ahora fulguraban como un fuego inquieto, mientras cada Adendei seguía uniendo sus luces, uniendo su fuego…

Elige, protege y vence.